La maldad de los hombres buenos

jueves, 24 de julio de 2014 - Publicado por BabeDeJour en 16:28
Siguiendo la onda de la maldad que empecé en el post anterior (pensemos en aquello como una especie de foreplay), por acá mantengo la idea de la fascinación por las figuras malvadas. Aunque dicha fascinación no sea nueva en el mundo – venga, que nunca se le habrá acusado al Marqués de Sade de santo, aunque sí de moralista – sí me parece interesante ver cómo han proliferado los villanos desde el siglo veinte.
Hay un sinfín de arquetipos de maldad que podemos sacar de los medios del siglo pasado, en particular del cine. Está la femme fatale a la que no le interesa pasar por encima de quien sea (digamos, Louise Brooks en Die Büchse der Pandora) o el hombre codicioso y sin escrúpulos (Michael Douglas en Wall Street), el hedonista más absoluto sin la más mínima filiación con el otro (Malcolm McDowell en A Clockwork Orange). Esos son apenas tres ejemplos de algo que podría pasarme cuartillas exponiendo; en fin, desde que el cine existe se han representado muchísimos arquetipos de distintos tipos de maldad.
A mi parecer, sin embargo, hay un villano del cine que sobresale ante todos los otros: Michael Corleone de The Godfather. Mi interés en él no es tanto por las acciones que comete (que de por sí son terribles) sino más bien por cómo llega a la posición de hacerlas: el hijo menor de Vito Corleone nunca debió haber caído en el negocio de la familia. Michael era un hombre correcto, criado acorde a los principios americanos del trabajo duro y todo el cuento weberiano; un hombre asqueado por la forma en la que se manejaban los asuntos en su casa y por esa cultura italoamericana de resolver las cosas operáticamente a través de asesinatos y códigos.

Mike Corleone era, en realidad, un buen muchacho. Fue criado por Don Vito y Carmela Corleone para ser abogado, o Senador, o hasta Presidente. Contra los deseos de toda su familia que incluso había pagado para mantenerlo fuera de la conscripción, se fue a la Segunda Guerra Mundial para pelear por el país que lo vio crecer y del que se sentía orgulloso. Estando de permiso, de pronto llega una noticia terrible: hubo un atentado contra su padre, El Padrino de la Mafia neoyorquina. Obligado por las circunstancias, entró en el mundo del crimen para no salir más nunca y convertirse en el camino en uno de los seres más despiadados de la historia del cine.
Michael Corleone entra al lado equivocado de la ley a través de una primera acción que tiene lógica al perseguir el fin último de salvar a su familia y darles seguridad. Sin embargo, irónicamente, el subsiguiente desajuste de su brújula moral es justamente lo que aleja a su familia de una forma u otra, dejándolo solo.
¿No suena esa historia a algo más reciente? Cambiemos al ex-Marine por un profesor de secundaria, al atentado contra Don Vito por cáncer y a la Mafia por la fabricación de metanfetaminas. ¿Acaso el arco de Michael Corleone no es exactamente el mismo que aquel que veríamos décadas después en Walter White?
Ya he hablado antes de mi admiración por la nueva tendencia rompe-barreras de la televisión norteamericana, y casualmente hace poco leía un artículo que decía que la televisión nueva se tomaba como reto ser más cine de lo que el cine había sido jamás, con todo el peso social que eso conllevaba (no recuerdo en qué artículo fue, pero probablemente habrá sido escrito por Emily Nussbaum, la crítica de televisión del New Yorker, siempre genial). Pero hay algo acerca de Breaking Bad, particularmente con su protagonista, Walter White: contrario a otros anti-héroes de la televisión actual como Frank Underwood, el leit motif de Walter siempre fue lograr el bien y la estabilidad de su familia... al tiempo que ésta iba deshaciéndose con cada bandeja de cristales azules que cocinaba.
Se dice que a la hora de enamorar a Bryan Cranston de Breaking Bad, el creador Vince Gilligan le dijo que su idea era que Walter White empezara como Mr. Chips y terminara como Scarface. Sin duda Walt le debe mucho a Al Pacino, pero al final la cosa quizá era un poco menos en Miami y bastante más en New York City.


Michael Corleone y Walter White son dos personajes que siguieron básicamente el mismo arco de caracterización, con resultados idénticos – más inmediatos los de Walt, sin duda, pero también es que su actuar fue considerablemente más terrible, sangriento y mucho más rápido: en tiempo de la serie, no pasan dos años entre el diagnóstico de cáncer y la última escena de Breaking Bad. A Mike, por otro lado, le tomó más de una década convertirse en un monstruo, tomando como punto de quiebre de humanidad el momento en el que manda a matar a Fredo – que, por cierto, como personaje, ¿es acaso Fredo Corleone muy distinto a Jesse Pinkman? Ambos son hijos mayores que son desplazados y se convierten en una carga para padres que lo consideran tonto. Igualmente, ambos tienen fuertes tendencias hedonistas, poca o nula capacidad de planificación a futuro y un componente importante de deslealtad, incluso cuando en el fondo son inocentes y sensibles.
Michael y Walter logran ser, al mismo tiempo, hombres increíblemente exitosos y absolutamente patéticos. Buscan la estabilidad de la forma más inestable, construyen imperios sobre los cadáveres de sus enemigos, crean temor a través de las estrategias más turbias… pero alejan o indirectamente aniquilan a sus familias, los cuales fueron siempre la esperanza tras todas sus acciones.
En conclusión, Michael Corleone y Walter White son dos de los grandes villanos de sus respectivos medios, sí, pero también son la personificación de una espantosa historia de terror: la completa falta de agradecimiento y la soledad tras hacer lo imposible, lo inhumano, por aquellos a quienes amas.

Así que ya saben, mis niños buenos: piénsenselo dos veces antes de crear imperios del mal y matar gente por todas partes, porque quizá sus parejas y sus hijos no los van a querer después. Pao, pao.

La consistencia de los villanos

martes, 22 de julio de 2014 - Publicado por BabeDeJour en 20:42
No me gustan los buenos de la película. Me aburren terriblemente los personajes heroicos, sin defectos, que ven lo bueno de todo el mundo. Los pocos héroes que me atraen lo hacen porque son un guiño constante a cosas que se le escaparían al paladín habitual; el ejemplo perfecto de mi tipo de heroísmo vendría siendo Rick Blaine en Casablanca, de donde he modelado buena parte de mi sentido del humor y sentido del bien y el mal (por usar un término en el que nos podamos encontrar todos a medio camino, aunque sea cursi hasta la médula).
Soy fanática de las películas de princesas de Disney que vi mil veces en la infancia, pero es muy raro que una de las recientes me guste (con la excepción de Tangled), supongo que he superado la etapa cuando no incluye la emotividad de los clásicos de la infancia. Eso en cuanto las princesas… pero las villanas sexy de Disney siempre me han encantado. La Reina Malvada de Blanca Nieves fue uno de los terrores de mi infancia, sin duda, pero ya de grande me he notado cada vez más proclive a rodearme de detalles que tengan que ver con ella.
Sí, me gusta el merchandising de Disney. Déjenme.
Ahora, de un tiempo para acá se ha visto una nueva ola de recrear cuentos de hadas y adaptarlos a otras posibilidades. Desde Wicked en Broadway hasta Shrek en el cine, pasando por The Brothers Grimm, Once Upon a Time y otros tantos ejemplos, era cuestión de tiempo que llegáramos a los refritos directos de las adaptaciones clásicas de Disney. Hace no muchos años pasaron en cines dos readaptaciones de Blanca Nieves que ni siquiera me molesté en ver (la premisa de Snow White and the Huntsman me parecía ridícula: ¿qué clase de espejo idiota diría que Kristen Stewart es más hermosa que Charlize Theron?), y este año le tocó el turno a la villana más aterrorizadora del catálogo Disney: Maléfica.


Aunque La Bella Durmiente nunca fue mi película preferida de Disney, Maléfica siempre me pareció por mucho lo mejor de la historia. Era una mujer con pinta de modelo y hecha de maldad pura, sin motivación aparente para sus acciones aparte de no haber sido invitada a una fiesta, dueña de una magia tan poderosa que pudo llevar a una adolescente a caminar con paso ligero directamente hacia la perdición segura. Cuando vi el tráiler de la nueva versión, en el que se haría una historia desde el punto de vista de Maléfica, lo admito: me emocioné como una niña de siete años… y quizá, de haber tenido esa edad, hasta la hubiera disfrutado.
Maleficent no es en una mala película. Todo lo que está relacionado con el arte es maravilloso, como sacado de las últimas fantasías creativas de Tim Burton; los efectos especiales son hermosos; la adaptación de ¨Once Upon a Dream¨ con la voz de Lana Del Rey es tanto hermosa como inquietante… y la actuación de Angelina Jolie es la perfecta personificación de la villana animada. El problema yace en que ahí termina el deseo de construir con base al personaje: la Maléfica del 2014 tiene poco o nada que ver con la de 1959. Entré a la sala de cine buscándole profundidad a la mujer cuya ira fue tan grande que fue capaz de destrozar un reino… y me encontré con una víctima incomprendida.
No. Me. Jodas.
Aunque Maleficent, como película, sea un esfuerzo importante por lograr una heroína Disney atípica al arquetipo de la princesa indefensa, no es la Maléfica que conoce quien creció viendo Sleeping Beauty. Es una mujer con poder que fue injuriada (con un paralelo muy evidente a la violación como medio de represión de parte de un hombre codicioso de poder), que decide vengarse y, al notar la irracionalidad de su reacción inicial, termina redimiéndose. Sin duda es una historia loable por tratar una perspectiva distinta a la perenne búsqueda de Disney de mantenerse en un universo en el que no pasa nada malo... pero no es la historia de Maléfica. ¿Por qué irrespetar a tu figura villanesca más icónica, Disney?
Lo que le faltó a Maleficent fue, básicamente, cojones. No es fácil ponerse en los zapatos del villano y hacerlo lo suficientemente interesante como para dejar prendado a tu público, y mucho menos cuando tu target son niños entre siete y doce. Tampoco espero que el guionista ponga a Maléfica vendiendo metanfetaminas o desollando gente, pero también hay que tomar en cuenta que la nueva película cambia completamente la perspectiva de la historia. Mientras en 1959 Maléfica era la mujer con el sentido de la cortesía más extremista del mundo, en el 2014 es una mujer que al recuperarse de una agresión toma venganza en la familia de su violador. El rey Stephan, quien fue el ofendido en 1959 hoy pasó a ser el victimario y de la forma más salvaje. Así, ¿cómo se supone que queda la figura de la nueva heroína? ¿Nos toca poner a Maléfica en el panteón de las princesas, para retribuirle cincuenta y cinco años de tratarla mal y ¨no entender su situación¨?
¿No era más fácil crear un personaje nuevo con esa historia en vez de ponerle un punto rojo a un personaje ya establecido, por demás base de la mitología Disney como un todo? Ay, Disney. Por eso es que los niños grandes ya no quieren jugar con vos.