lunes, 13 de febrero de 2017 - Publicado por BabeDeJour en 18:44
Lo digo una vez, diez, mil y todas: amo los musicales. Me parecen la representación más pura de Lo Cinemático: me encanta que pertenecen a un universo que solo existe en pantalla, en el que todo el mundo es increíblemente talentoso en canto y danza, donde cualquier obstáculo o gran momento es una oportunidad para hacer una rutina de tap en público. También me parece que no hay actores más talentosos que los que llaman amenaza triple: los que cantan, bailan y actúan.
Entonces, ¿por qué La La Land no es mi película preferida del 2016, o de lo que va de la década, o de la vida? Justamente por los años de amor a los musicales: antes de entrar al cine a ver el segundo largometraje de Damien Chazelle, ya lo había visto.
Ya vi el baile entre las estrellas cuando lo hicieron Ewan McGregor y Nicole Kidman sobre el cielo de París. Ya vi a un grupo de amigas bailando en una pijamada cuando Stockard Channing cantó acerca de Sandra Dee, y también cuando Natalie Wood/Marni Nixon le dijo al mundo que se sentía bonita. Vi a Fred Astaire y a Cyd Charisse haciendo click después de muchos desacuerdos mientras bailaban en un parque. Incluso, vi a Gene Kelly haciendo una secuencia de tap a la orilla del Sena.
Acá un poco de lo que hablo, aunque personalmente no haya visto todas las películas a las que hace referencia.
No me malinterpreten, La La Land me parece encantadora. Es una película visualmente espectacular, que cuenta con probablemente los dos actores con la química más palpable de Hollywood, con música preciosa y, sobre todo, es una película hecha por alguien que claramente ama el género. De hecho, creo que la historia no viene tanto del Technicolor de MGM como de la Marruecos de Warner Bros.: si hay una película que se mantiene encima de La La Landcomo un presagio de principio a fin es Casablanca.
Y abajo van algunos spoilers.
Es Ingrid Bergman quien observa a Mia (Emma Stone) desde un mural enorme en su cuarto, después de que se pasa el día trabajando frente al balcón donde Rick (Humphrey Bogart) e Ilsa vieron a los nazis marchando hacia París. Cuando todo parece perdido, Bergman vuelve a aparecer en una valla publicitaria.
Y por supuesto, en ese final de ensueño en el que Mia entra al bar de hombre con el que no funcionaron las cosas, el pianista Seb (Rick y Sam a un tiempo, en el cuerpo de Ryan Gosling) detiene el mundo con la canción del momento en el que se conocieron. Escoja usted entre “As Time Goes By” y “Mia & Sebastian’s Theme.”
Los problemas de La La Land, que realmente no son muchos, vienen por un guión al que falta potencia: empieza con la magia de un coro de Vincente Minnelli y termina con el pizzazz de un número de fantasía de Stanley Donen, pero se queda corto en el medio. Tiene grandes momentos, como el tap en el parque y el baile de salón en el Planetario, pero le falta un hilo cohesivo entre punto y punto. No falla (muy por el contrario), pero sus triunfos son picos, no un continuo.
En realidad, Rafa escribió algo muchísimo más acertado y preciso en cuanto a la artesanía detrás de La La Land de lo que yo estoy en capacidad de analizar. Pero no es a eso a lo que quiero llegar.
Como comentaba antes, mi “problema” con La La Land es que, aunque es excelente, también es casi enteramente derivativa, tomando muchísimas escenas del cine clásico e incluso del moderno, además de desarrollarse (como tantos musicales clásicos) en el mundo del espectáculo. Y pasa que, de todos los motivos que La La Land toma del cine, en cada una de las ocasiones, la ejecución original es más impresionante. Y acá llego a mi punto: la vastísima historia del género musical parece un secreto bien guardado para los nuevos enamorados de La La Land.
Es sorprendente cuánta gente he oído decir que “no le gustan los musicales, pero...” con La La Land. También es sorprendente la cantidad de gente con la que me he topado en la vida que dice que odia los musicales y solo vio uno, quizá algo como The Sound of Music (película que personalmente me parece insufrible), y decidió ponerle la cruz a un género completo. Ahora, lo bonito de que disfruten una película como esta es que puede ser una puerta: desde La La Land se puede entrar a The Band Wagon, a Guys and Dolls, a An American in Paris.
En fin, a un mundo de películas realmente magníficas.
El musical, como existía en el Hollywood de los 30 a los 60, lleva muchas décadas muerto. En esa época se trataba casi de una sub-industria: MGM se encargó, por años, de mantener bajo contrato a la gente más talentosa del género, contando con leyendas como Astaire, Kelly, Judy Garland y Frank Sinatra. Aunque ya en ese momento se veían adaptaciones de Broadway, también fue una época realmente prolífica en cuanto a contenido original, cuando el género se inventó agotó, hasta el punto de que no fue hasta los 70, cuando llegó Bob Fosse, que los musicales agarraron un matiz más oscuro que la primera explosión de Technicolor en CinemaScope.
Hoy en día, de todas esas horas de metraje, lo que queda en el imaginario colectivo son algunas películas muy puntuales como The Wizard of Oz, West Side Story y, si acaso, Singin’ in the Rain. Pero hay tantas, tantísimas películas más allá de eso desde entonces hasta ahora, variando desde comedias románticas a terror, que ¿cómo vas a dejar de verlas solamente porque cantan y/o bailan?
Me encanta que La La Land sea un descubrimiento. Me encanta que un musical original haya encontrado público en una época en la que la gran mayoría de las películas de este tipo (que de por sí son pocas) son adaptaciones de obras de Broadway o West End. Pero me encantaría más aún que, desde ahí, haya una ola de redescubrimiento a uno de los géneros más cinemáticos que existen.
La La Land es un llamado a adentrarse en el cine extraordinario que le dio forma. Damien Chazelle no hace referencias no solo para los entendidos, sino también para los que pueden serlo. Al final, la invitación es a disfrutar de lo que es el musical en su estado más puro: entretenimiento (y escapismo) en su máxima expresión.
miércoles, 1 de febrero de 2017 - Publicado por BabeDeJour en 19:54
Mi género cinematográfico preferido es la comedia romántica. Lo digo sin un gramo de sorna, pero con todo el cuidado que requiere el cantar las alabanzas de un tipo de cine inherentemente tonto: a veinte años de la era dorada de las rom-coms protagonizadas por Sandra Bullock y Julia Roberts, cuando el género ha sido exprimido hasta que bota polvo en vez de jugo, no es cool disfrutar de este tipo de cine.
Cualquier feminista que se respete se engrincha cada vez que ve a la mujer de negocios férrea poner sus intereses y su carrera de lado por El Amor. O cuando al final vuelve con el mismo tipo basura que arruinó el mayor momento de su carrera. O cuando aparecen las Manic Pixie Dream Girls, estos seres etéreos y sin contradicciones que solo existen para alimentar las fantasías emocionales y sexuales del protagonista.
Pasa que la comedia romántica, desde que Clark Gable secuestró el viaje de Claudette Colbert en It Happened One Night, está firmemente afincada en todos estos roles de género que estamos en proceso, como sociedad, de desaparecer. Durante las primeras décadas de la comedia romántica, la cosa era incluso más terrible: eran mujeres tercamente independientes y librepensadoras que solo llegaron a cumplir su función de Dama después de que llegó ese Buen Hombre que la enserió/educó, al mejor estilo de La fierecilla domada de William Shakespeare.
via GIPHY Hasta Katharine Hepburn, la mujer que dijo que solo usaría falda para el funeral de Barbara Walters, llegó a caer en esa narrativa en sus películas de Guerra de los Sexos con Spencer Tracy.
De unos años para acá, la historia del chico que conoce a la chica, en la que se odian un poco a la mitad pero finalmente resuelven todos sus problemas porque eso es lo que hace El Amor, dejó de funcionar. ¿Por qué? En parte porque es una historia que depende de muchas modalidades que han quedado obsoletos en la narrativa actual, pero también en buena medida porque después de casi un siglo de comedias románticas llegas a un punto de saturación de personajes genéricos como como la Mejor Amiga Hipersexualizada y el Galán Romántico y Casi Acosador.
Entonces ¿qué sucede cuando lo mismo se ha hecho mil veces hasta el punto de agotarse? Pues lo que siempre pasa en el cine: se vuelve a crear, separando sus elementos originarios. Con el detalle de que, esta vez, la reconstrucción no está pasando en la pantalla grande sino en la chica.
Ya he perdido la cuenta de cuántas veces he hablado maravillas de una serie diciendo que es una “deconstrucción de (equis) género.” No se preocupen, yo misma me estoy oyendo cuando digo esas vainas y estoy perfectamente consciente de lo profundamente pretenciosa que sueno, pero ¿cómo hago si algunas de las mejores series de comedia que he visto en los últimos meses son, de hecho, de (y re) construcciones de sus respectivos géneros? Acá van mis tres preferidas, todas creadas por mujeres y centradas en personajes femeninos.
The Mindy Project
Hasta hace muy poco, solo conocía a Mindy Kaling como parte del elenco de The Office, serie que tengo pendiente ver desde tiempos inmemoriales, y la voz de Desagrado (Disgust) en la versión original de Inside Out. Tras leer un poco, descubrí que resulta que Mindy, aparte de actuar, produce y escribe su propio programa, además de tener un par de libros en la bibliografía.
Léase, es una de estas Mujeres Maravilla que yo quiero ser de grande. De paso, cuando estaba buscando información para escribir esto, me encontré con un artículo maravilloso que escribió para el New Yorker, donde dice: “Veo la comedia romántica como un subgénero de la ciencia ficción en donde el mundo funciona de acuerdo a reglas distintas que mi mundo humano normal.”
Esa es de las mías, gente.
via GIPHY En fin, el hecho es que me acerqué al Mindy Project sin saber mucho de qué iba, y me encantó lo que conseguí: es una comedia romántica desde el punto de vista de una mujer obsesionada con las comedias románticas. Mindy Lahiri, su alter ego en la serie, es una ginecóloga y obstetra cargada con conocimiento enciclopédico de películas de Meg Ryan, pero además es una mujer profesionalmente exitosa y con la cabeza enteramente fuera de la realidad, lo cual la lleva a pasar por una lista de tipos absurdos como un abogado deportivo con problemas de adicción.
Mindy está firmemente afincada en la comedia romántica, pero al mismo tiempo cada una de sus acciones está vista desde el punto de vista de lo absurdo de sus expectativas románticas. Ahora, lo más fascinante de la serie es también lo más rompedor: Mindy, finalmente, es capaz de escogerse a sí misma y a su propia carrera, más allá de su Historia de Amor. Y eso es una novedad en el género.
EXTRA. En Vanity Fair hicieron una mini guía de gifs side-by-side de escenas de Mindy Project con momentos icónicos de You’ve Got Mail, Sleepless in Seattle, When Harry Met Sally y An Affair to Remember. La temática no es lo único que une la serie con algunas de las mejores películas del género: las imágenes también.
Soy una mala latinoamericana: no me gustan las telenovelas. Vi una que otra de las de los subgéneros infantil y teenager que me tocaba por edad, pero en general la forma en la que se desenvuelven las tramas de las telenovelas, con sus hijos secretos y sus amnesias, me aburre mortalmente. Ese tipo de absurdos solo se los perdono a los dramones de época británicos como Downton Abbey o a las series de Shonda Rhimes, e incluso muchas a veces me cuesta tragarme los giros de Scandal y How to Get Away with Murder.
Así que cuando me enteré de que habían hecho una versión norteamericana de Juana la Virgen, la telenovela protagonizada por Daniela Alvarado, no estaba precisamente emocionada. En su momento le di una oportunidad a Ugly Betty y la serie terminó por aburrirme a pesar de contar con America Ferrera, Vanessa Williams y Rebecca Romijn. Igual, un día se me atravesó Jane en Netflix… y me di cuenta de que no podía parar de verla.
Protagonizada por Gina Rodríguez en una actuación que le valió el Globo de Oro como Mejor Actriz en Serie de Comedia, Jane es, al principio, la historia de una virgen a la que (por error) inseminan artificialmente. Tras este suceso, llega a su vida el guapísimo futuro padre de su hijo y su familia absurda, incluyendo a su malévola esposa checa, su padre multimillonario y su madrastra narcotraficante; todos personajes que terminan teniendo muchas más capas. La serie viene también aderezada por una sarta de personajes interesantes de parte de la familia de Jane, como la abuela venezolana de que habla exclusivamente en español, la madre que la tuvo adolescente y el padre recién reencontrado… que resulta ser el protagonista de la telenovela más famosa del momento.
via GIPHY Mientras Mindy es una reversión del género de la comedia romántica, Jane, siendo de hecho una comedia romántica, es una reversión de la telenovela. A través del encantadoramente egocéntrico Rogelio de la Vega vemos desde adentro el mundo de la telenovela en Miami, desde sus tramas absurdas hasta una visión deliciosa del mundo de la farándula latina - con el agregado de que Jaime Camil, el actor que interpreta al personaje, fue parte de la familia Televisa gracias a telenovelas como La Fea Más Bella.
Jane, además de ser un estudio de la telenovela y hasta de la inmersión sociocultural latinoamericana en el género, es también una historia de inmigrantes y, sobre todo, una historia de mujeres. El corazón de la serie late, sin duda, por las tres generaciones Villanueva: Jane, Xiomara (Andrea Navedo) y Alba (Ivonne Coll), mujeres de personalidades fuertes que son llevadas por sus mayores miedos y alegrías, con todo lo difícil que implica ser una familia de mujeres latinoamericana.
EXTRAS. Diría que el narrador omnisciente de Jane, con voz de Anthony Méndez, es uno de los mejores personajes de la televisión actual. Rogelio, además, es el maestro de los hashtags, con joyas como #RogelioMyBrogelio.
Crazy Ex-Girlfriend
Sucede que Crazy Ex tiene una audiencia mínima incluso en Estados Unidos, por lo que es casi imposible toparse con la serie a menos que sigas los Globos de Oro, premio que la protagonista ganó el año pasado y al que la volvieron a nominar en la última entrega.
Meses después de ver su discurso, encontré una entrevista con Seth Meyers en la que Rachel Bloom, la protagonista, habla de su teoría de que quienes comentan en YouTube siempre son hombres masturbándose de forma iracunda, y su representación terminó convirtiéndose en un chiste interno con Rafa y luego también con Pao. De ahí, decidí ver el primer episodio de Crazy Ex-Girlfriend.
Pocas cosas me han impactado tanto en tan poco tiempo. Crazy Ex-Girlfriend se ha convertido en mi nueva biblia de comedia, en una serie que no solo es una reversión de la comedia romántica sino que también lo es con el género musical. La protagonista, Rebecca Bunch, es una abogada exitosa en Manhattan que, después de encontrarse con su ex de bachillerato, decide mudarse al otro lado del país para estar con él. Con un baggage cultural cargado de películas de princesas y musicales clásicos y un baggage emocional incluyendo serios problemas de ansiedad y depresión, está convencida de que la felicidad está detrás del amor de Josh Chan, meta por la que está dispuesta a hacer cualquier cantidad de piruetas absurdas.
via GIPHY Los arquetipos de comedias románticas están todos presentes en Crazy Ex: la mejor amiga y cómplice, el jefe estrafalario, el protagonista de ensueño y su respectiva novia egocéntrica que no lo aprecia y, por supuesto, el tipo sarcástico que claramente sería mejor pareja. Pero pasa que la mejor amiga (Donna Lynne Champlin) es tridimensional y tiene sus propios problemas, el jefe (Pete Gardner) está lidiando con un divorcio doloroso y con la disyuntiva de definir su sexualidad, el galán (Vincent Rodriguez III) está perdido en el limbo vocacional post adolescente mientras su novia egocéntrica (Gabrielle Ruiz) está harta de esperar que defina su vida y su relación. Y, claro, el tipo rudo y sarcástico (Santino Fontana) está lidiando con graves problemas de abandono y buscando solucionarlos de las formas más autodestructivas posibles.
Los temas que trata Crazy Ex-Girlfriend son tan variados como extrañamente funcionales como comedia, y los mejores momentos a menudo vienen por su música: cada episodio tiene de una a tres canciones originales, muchas veces escritas por la misma Bloom, que además de cantar también produce la serie y es la co-creadora. Personalmente, algunas de mis canciones preferidas se pueden describir como: una declaración de bisexualidad ("Gettin' Bi"), una feliz oda a darle una infección urinaria a tu pareja ("I Gave You a UTI") y un desglose de la figura literaria del espíritu del más allá que aparece en los sueños de los protagonistas ("Dream Ghost").
Otros géneros musicales que explora la serie incluyen rock ochentero ("Textmergency"), música de princesa de Disney ("Maybe This Dream"), pop de girl power al mejor estilo de las Spice Girls ("Friendtopia") y, por supuesto, homenajes a musicales clásicos como Gentlemen Prefer Blondes ("The Math of Love Triangles"),Les Miserables ("Flooded with Justice"), los bailes famosos de Fred Astaire y Ginger Rogers ("Settle for Me") e incluso Singin’ in the Rain ("We Tapped That Ass").
Crazy Ex-Girlfriend trata, en su núcleo, dos temas principales: el engaño cultural acerca del amor como fin último y la dificultad de lidiar con problemas mentales como ansiedad y depresión. Pero lo hace con tal naturalidad y con una comedia tan nítida y precisa que jamás se te ocurriría que va de eso.
EXTRAS. La versión comentada de la banda sonora de la primera temporada de Crazy Ex-Girlfriendestá disponible en Spotify, con explicaciones de background de cada una de las canciones por los compositores de la serie (léase: Rachel, Adam Schlesinger y Jack Dolgen) y la co-creadora Aline McKenna. Escuchar el proceso creativo le da un valor agregado impresionante a la serie, y creo que me terminé de enamorar perdidamente de Rachel Bloom cuando la oí hablar de la fetichización de la tristeza femenina (“Sexy French Depression”) al comparar a Marilyn Monroe con Lindsay Lohan.
Además, Rachel Bloom creó la canción que define perfectamente lo que siento por ella y lo talentosa que es, lo cual me hace amarla un poquito más:
Hace unos meses, el Washington Post declaró que la comedia romántica había muerto, y que menos mal que lo había hecho, aunque hizo una nota de página acerca de Mindy Project y Crazy Ex-Girlfriend. Difiero citando a Rebecca Bunch: la situación tiene muchos más matices que eso. Quizá el género como lo veníamos conociendo tenía que agotarse para que llegara esto que ahora estoy viendo en televisión.