Es una experiencia curiosa,
ver una película acerca del padre de la patria (mito fundador, por usar un
término antropológico) justo antes de emigrar de ella. En este caso particular
no debo ser la primera y dudo que vaya a ser la última, pero al entrar al cine
a ver Libertador olvidé por completo
que tenía un boleto que pronto me sacaría del país hasta nuevo aviso. Me tomó
un par de escenas recordarlo, con una frase que Simón Rodríguez le dice a
Bolívar que no era exactamente “dejas a tu país cuando más te necesita”, pero
se le parecía bastante.
Detallitos que pegan, qué se
le va a hacer. Claro que los Pepe Grillos del país de hoy son menos desafiantes
en pedirle a los jóvenes que permanezcan – el sabor general es de que hay más
que perder que ganar, quizá. Así se siente de mi lado de la cerca etaria, al
menos; no puedo pretender saber qué sienten las generaciones anteriores a la
mía, que conocieron un país distinto.
Pero, venga, que yo acá vengo
a hablar (sobre todo) de cine.
Este año, en el natalicio del
responsable de la independencia de cinco países suramericanos, se estrenó Libertador en Venezuela, película dirigida
por Alberto Arvelo. Es nuestra epopeya nacionalista por excelencia: todo
venezolano que incursiona en el arte parece destinado a llenar la cuota, en
algún momento, de dedicarle una obra a Simón Bolívar.
La diferencia aquí radica en un
intérprete poderosísimo y toda una producción creada para alcanzarlo. El
protagonista de la película es nuestra estrella nacional, Édgar Ramírez: el
hombre que nos ha llenado de gloria a través de su trabajo en superproducciones
norteamericanas, el César, las nominaciones al Golden Globe y al Emmy. El resto
del reparto es un combinado de distintos países latinoamericanos, españoles, un
actor que se ha ganado el terror y angustia del mundo a través de Game of Thrones (para el que no sepa, según
esta película Ramsay Bolton fue parte del proceso independentista suramericano;
saquen sus propias conclusiones) y el miembro menos interesante de los Huston, una
de las grandes familias de la realeza hollywoodense.
La historia trata de la vida
de Simón Bolívar: sus proezas militares y políticas, sus ideales de unión
panamericana, su historia de hombre rico que murió pobre tras todo por la
patria. Se trata de una interpretación mitificada de lo que tuvo que ser un hombre
fascinante, pero es la misma versión que se ha machacado durante dos siglos en
las aulas de Historia, y más aún en los últimos quince años.
En cuanto a trama, Libertador
no destaca de las otras tantas adaptaciones que se han hecho de la vida de
Simón Bolívar: no otorga ninguna perspectiva realmente nueva o llamativa,
aparte del hincapié en su esposa como motor último de acción, la figura de
Simón Rodríguez como la voz de la conciencia independentista y la teoría de
conspiración que sirve para sazonar el final y satisfacer a buena parte de los
inversores de la producción. Libertador
no se trata, como había dado a entender su campaña de publicidad, de una película
que cambie la perspectiva de quién fue Simón Bolívar; por el contrario, sirve
para perpetuar toda la mitología que se ha creado a su alrededor.
Ya, ya, me regreso a la
película. No es que esté mal ni mucho menos, pero parece más un film para el
entendido, para el que pasó horas de su infancia escuchando cuentos acerca de
Bolívar. Me explico: Libertador no es
un film con un arco de historia suficientemente poderoso como para ser
considerada un producto de exportación. Las cosas quedan en el aire, sin un
hilo que las conecte; los últimos veinte minutos se sienten como si la película
se hubiera extendido demasiado y fuese necesario cortarle pedazos al final.
¿Cómo, si no, se explica el salto cuántico desde la batalla de Boyacá hasta los
últimos intentos de mantener unida a la Gran Colombia?
El vestuario y sobre todo la
fotografía de Libertador es
probablemente lo mejor que tiene, y venga, que hay con qué: si algo tenemos en
este continente son escenarios hermosos. El problema es que las escenas en puertos
o en Los Andes proveen puntos mucho más interesantes que la misma historia, la
cual gira en torno a las luchas que sólo
hizo Bolívar y acaso Sucre, liberando ellos solitos a un continente: por
ejemplo, cuando salen Santander, Miranda o Páez aparecen sólo para
antagonizarlo, como si ellos mismos no hubiesen sido figuras clave en todo este
asunto independentista.
La película entera recae en
Édgar Ramírez, que sabemos que tiene con qué… pero quizá no haya sido la
elección más apropiada para el papel. Por supuesto que lo hace bien, como se
espera de un intérprete de su talla, pero se siente muy grande para interpretar
a un hombre que, según todos los testimonios de la época, era físicamente pequeño
y débil – aunque se tratara de una fuerza de la naturaleza a la hora de hablar
y declamar en público. En todo caso, Ramírez no brilló como se esperaría de él.
De tener chance, vean Libertador. A mí me pareció poco interesante,
pero he oído de mucha gente que la disfrutó un mundo. Pero, en todo caso, creo
firmemente que, al un tema o personaje adaptado y readaptado hasta el cansancio,
el guionista tiene la responsabilidad (o al menos debe tener la meta) de buscar
la forma de hacerlo refrescante. Es cierto que no hay nada nuevo bajo el sol,
pero la base de la creatividad es encontrarle la vuelta a lo existente y hacer
algo distinto desde ahí.
Además de que, fíjate:
bastante falta que le hace a Venezuela la creación de una personalidad alterna,
humanizada y con fallas, de la figura de Simón Bolívar.