Siendo la galla que soy, en los días antes de ver el remake de Beauty and the Beast me entregué a la tarea de buscar videos del elenco en otros musicales. Entre los que conseguí, había uno de Emma Thompson en una presentación en vivo de Sweeney Todd, haciendo el papel de Mrs. Lovett. Entre los comentarios del video, en el que canta “The Worst Pies in London,” vi que alguien dijo que Angela Lansbury, quien originó el rol en Broadway y fue la Mrs. Potts original, “estaría orgullosa.”
Pasa que Angela Lansbury sigue viva. Hace no mucho ganó un Oscar honorífico y va a tener un papel en la secuela musical Mary Poppins Returns, que sale el año próximo.
De la era clásica de Hollywood solo quedan Kirk Douglas y Olivia de Havilland, y de la época las vanguardias europeas y norteamericanas solo permanecen unas cuantas joyas como Kim Novak, Shirley MacLaine, Catherine Deneuve y Sophia Loren. Sin embargo, a veces se nos olvida que nos quedan grandes leyendas del cine y de la televisión, gente que le dio forma a la cultura pop durante décadas, con material que hoy ha sido copiado hasta convertirse en cliché.
Y una buena forma de recordar el poder que tienen los grandes actores del pasado es viendo Grace and Frankie en Netflix.
No, no creo que a nadie se le haya olvidado que los cuatro actores principales de Grace and Frankie siguen vivos: de una forma u otra, Jane Fonda, Lily Tomlin, Martin Sheen y Sam Waterson se han mantenido suficientemente visibles como para no caer en el olvido. Pero, sin duda, lo que sí sucede con actores de este nivel es que existe una tendencia a pensar en ellos en pretérito, actitud que en sí misma les resta relevancia; más o menos se asume que ya su arte está en decadencia, como si los años de vida no dieran mayor conocimiento del extensísimo rango de emociones.
¡Y qué bien paga esa experiencia en Grace and Frankie!
Grace, Frankie, Robert y Sol
La historia de Grace and Frankie arranca cuando dos amigos y socios de un bufete de abogados, Robert y Sol (Sheen y Waterson, respectivamente), le revelan a sus esposas de décadas, Grace y Frankie (Fonda y Tomlin), que son gay, que han mantenido una relación romántica durante muchos años, y que decidieron pasar el resto de su vida juntos y fuera del clóset. Después de este shock, las dos ex-esposas se mudan una casa de playa que compartían ambas familias, y se crea una dinámica clásica de pareja dispareja; Grace es la rígida, fría y correcta mujer de negocios, mientras Frankie es la hippie irremediable que es todo corazón.
Bla, bla, bla, las dos mujeres pelean pero se equilibran entre sí; bla, bla, bla, se convierten en mejores amigas. La idea del personaje Serio versus el Loquito es casi tan vieja como la comedia en sí: como serie, Grace and Frankie no aporta nada realmente rompedor, como pareciera esperarse de las series hoy en día. Son dos protagonistas mayores, sí, pero también lo eran Jack Lemmon y Walter Matthau en Grumpy Old Men y esa película salió hace casi 25 años.
Ahora, el hecho de que sean dos mujeres sí es una diferencia interesante: con algunas excepciones, no suele haber perdón ni amistad en el cine y la televisión acerca de rivalidades femeninas. Las mujeres que se odian en ficción lo hacen desde el principio hasta el final, con una larga tradición que va desde What Ever Happened to Baby Jane? hasta, por supuesto, la actual Feud de Ryan Murphy.
Pero más allá del cambio de géneros, que por sí solo es equivalente más o menos a bancarrota creativa, Grace and Frankie hace algo muy noble: mantiene la dignidad de sus personajes. Sería facilísimo caricaturizar la vejez de las protagonistas, pero, aunque la edad es un tema recurrente y no faltan chistes al respecto, la forma en que se suele tratar es a través de cómo quienes rodean a Grace y a Frankie las toman por viejitas inútiles, tema que se trata con mayor profundidad en la más reciente temporada, que salió el fin de semana pasado.
Además, Grace and Frankie muestra una profundidad realmente hermosa en cuanto al tratamiento de los dos ex-esposos, Sol y Robert, dos hombres de una generación más rígida, que vivieron en el clóset durante décadas y finalmente decidieron que estaban listos para ser honestos frente al mundo. Son dos personajes complejos, que viven en el conflicto entre la culpa causada por el daño que hicieron a sus familias y la felicidad de finalmente estar juntos en público.
Esta es una serie de actores y, específicamente, de personajes. Su núcleo se encuentra en las dos parejas, tanto Grace y Frankie como Robert y Sol, y en cómo se manejan entre ellos; no solo la conformación de una nueva amistad en las dos mujeres y el aprender a ser una pareja out and proud entre los dos hombres, sino también la reconstrucción de vínculos tras una experiencia tan traumática como el divorcio a los setenta y pico. Los cuatro se están adaptando a sus nuevos roles como amigos, como miembros de la sociedad y como padres.
Aunque los cuatro actores principales son absolutamente magistrales, mis preferidas son las dos mujeres, en parte por la enorme admiración que siento por Fonda y Tomlin, y también por el ligero morbo que le tengo a Fonda como figura histórica en la cultura pop. Vamos, que estoy convencida de que no hay nadie que haya representado a una generación tanto como lo hizo Jane Fonda desde sus protestas contra Vietnam (¡Hanoi Jane!) hasta su boom de emprendedora aeróbica en los años ochenta.
Como personajes secundarios tenemos a la segunda generación: los hijos de los dos ex matrimonios, todos adultos. Las dos hijas de Grace y Robert (la comiquísima mujer de negocios June Diane Raphael y la ama de casa Brooklyn Decker) y los dos hijos de Frankie y Sol (el adicto en recuperación interpretado por Ethan Embry y el abogado confiable de Baron Vaughn), cuatro personas que crecieron juntos y tienen una relación de hermanos incluso antes de enterarse de que sus papás son pareja. Es una familia moderna y peculiar, una especie de Los Míos, Los Tuyos y Los Nuestros; pero una donde cada engranaje es vital en el funcionamiento.
En fin, Grace and Frankie es una serie de gente mayor, sí, pero también es una serie acerca de rehacerse la vida. Y, sobre todo, es un recordatorio acerca de todo el talento de generaciones mayores que queda en Hollywood.