Él no gana. No gana porque no tiene por qué ganar. No gana porque está por encima de la victoria, porque la mira con el más ligero desprecio, alza las cejas y le tira un cigarro a los pies.
No gana porque estamos en noir, porque él es el noir, y en el noir sólo ganan la noche y los grises.
No gana, señores, porque su fracaso es magnífico. Porque si esa gabardina no hubiera desaparecido en la neblina, nadie se acordaría de Marruecos en la segunda guerra.
Humphrey Bogart es el más noble de los infelices, de los fracasados; la alta alcurnia de la rata callejera que sobrevive cualquier holocausto nuclear, con un cigarro, una sonrisa cínica y pidiéndote una moneda, porque es americano y ha caído en desgracia… o pregúntele usted a Bugs Bunny.
A veces pareciera ganar, eso sí, pero se ve forzado o, al menos, no muy duradero. Ganó a la Hepburn (a ambas de ellas) y a la Bacall la ganaba siempre (sin haberla tenido nunca). Pero mientras, se le voló el gran pájaro, le dio pelea a Bette Davis, y lo volvieron loco el oro y el motín.
Perdió mil veces y fracasó en niveles inimaginables… y por eso, trasciende. Por eso es Bogart, por eso se defiende su honor y su gabardina con una sombra de La Marseillaise cantada a coro por docenas de europeos en exilio en África. Here’s lookin’ at you, kid.