Ver a la gente corriendo de puerta a puerta, sin hacerle el más mínimo caso a nada ni nadie alrededor. Conseguirse a las aeromozas, siempre en grupos de tres o cuatro, hablando despreocupadas con sus uniformes y maletitas. Notar que el pasaporte de quien tienes en frente en la cola de inmigración es de un país rarísimo. Darte cuenta de que en tu rango de oído se están hablando unos tres o cuatro idiomas distintos.
Reírte por dentro con todos los instrumentos que sacan las madres para mantener a sus hijos ocupados: libro de colorear, juguetes varios, Nintendo DS, DVD portátil, laptop (y el asumir que mientras más opciones hayan, o la madre tiene más experiencia viajando, o el vuelo que están esperando es más largo).
Los aeropuertos grandes están llenos de estos detallitos deliciosos. Como para echarse en la silla (incómoda) más cercana a tu puerta de embarque y ver a quiénes te consigues y haciendo qué cosa.