Aquí lo que se viene es la opinión de una mujer histriónica que pasó buena parte de su infancia haciendo teatro y radio… pero yo voto muy a favor de la idea de Blaving.
Que está muy crudo, sí; que le falta, sí: la página está muy lenta, la aplicación para iPhone es un desastre (no sé cómo será para otros smartphones), es un fastidio tener en tu timeline a cualquier pendejo que acabe de decir cualquier cosa aunque no lo sigas, es una odisea conseguir cómo se borra un blav, la cuestión de ponerle nombre Y etiqueta a la grabación te hacen pensar “pa’ eso voy y lo tuiteo”; entre otras cosas que justo ahora se me escapan.
El hecho es que sí creo en las posibilidades de una red social basada en voces por todas las razones que Eva enumera con bastante más precisión que la que podría tener yo. Pero lo que quiero aquí es contarles una historia de radio:
El 30 de octubre de 1938 hubo pánico en Estados Unidos: flashes de un reporte en la radio habían anunciado que los marcianos habían aterrizado en New Jersey. En el área la gente gritaba con ataques de histeria, decían que podían oler los gases tóxicos de las naves y ver sus luces; del otro lado del país, una mujer en San Francisco sintió cómo los marcianos la violaban y después, de la vergüenza, intentó suicidarse. La estación tuvo que disculparse: la transmisión era, en realidad, una adaptación monstruosamente buena y realista de “La Guerra de los Mundos” de HG Wells; era también, sin duda, una broma de Halloween muy bien montada por alguien que obviamente tenía deseo de ser notado. La mente maestra detrás de aquella histeria que movió a un país entero resultó ser un muchacho de veintitrés años, un perfecto geniecillo jodedor que de ahí se montaría en la ola del éxito como quizá sólo lo haría una vez en su vida: un tal Orson Welles.
Ahí está: el sonido tiene todo el potencial del mundo en cuanto a creatividad. Si se pudo tumbar un gobierno de treinta años en Egipto a través de tuíter, ¿qué no se podría hacer, por ejemplo, escuchando de voz a voz, en tiempo real, cada cosa que sucede? Las posibilidades periodísticas son infinitas, por una parte. Las de crear diversión, sea por el drama o por la comedia, son tan amplias como podrían serlo en la radio, pero con el agregado de inmediatez: tienes dos minutos o menos para enamorarme como escucha, y si no lo haces tú quién sabe cuántos habrá que sí.
Obviamente habrá quienes usen el Blaving para idioteces: estoy en tal parte, “acabo de oír esta canción, ¿quién sabe cómo se llama?” (pienso que en general se ampliaría la idea del “Now listening”) o qué sé yo; igual que en tuíter, señores, cada quien construye su taimlain: si quieres puedes oír a gente leyendo poesía, escuchar cómo hablan distintas lenguas, puede llamarte la atención alguien por tener algún acento particularmente autóctono; o, incluso, puedes oír a tus amigos ebrios y despechados cantando Ricardo Montaner y diciendo que las mujeres son todas unas putas y los hombres son todos unos perros.
Fui la primera persona que dijo, cuando empezó a sonar, que tuíter era una estupidez: "¿para qué quiero yo una red social llena de puros estados? Pa’ eso voy cambiando el de Facebook y punto". Poco a poco me fui enamorando de tuíter y viendo todas las cosas geniales que se podían hacer desde ahí. No pretendo predecir que Blaving sea lo mejor que le haya pasado a internet desde el trollface - no me malinterpreten: ni pienso que sea una olla donde se están cocinando los posibles Orson Welles del mañana -, y tampoco creo que sea el “nuevo tuíter”; para mí es otra alternativa que podría coexistir y tener sus propios espacios. Pegue o no, ya yo me enamoré del blaveo.