Admito que he sido una mamita toda mi estadía en Maracaibo. Desde que vivo en la ciudad (es decir, casi dieciocho años: me vine a punto de cumplir los tres) he hecho un esfuerzo casi consciente por no hacer el más mínimo caso a las direcciones de por acá: nunca supe distinguir Bella Vista de 5 de Julio, me sonaba que la 3F era la competencia de la 4-D, si llegué a montarme en carrito no fueron más de tres veces y la última sucedió cuando tenía 9 o 10 años, etcétera. Lo triste es que en París me ubico en cualquier parte… el detalle es que aquí me lleva y me trae mi mamá, chamo, yo nunca he necesitado aprender por qué calles iba ella.
Aprendí a manejar hace unos tres o cuatro años, y lo hacía muy ocasionalmente: por esa época había dos carros en casa y a veces me tocaba ir sola a la universidad y regresarme. Tenía la capacidad de ir y regresar de URU y LUZ desde mi casa, pero cualquier desvío provocaba que yo terminara en San Francisco. ¿Cómo? Imposible decir. Una vez, intentando ir a URU desde la 9B, terminé en Los Haticos, perdida ‘e bolas, sin saber cómo había llegado ahí (ni siquiera pasé por El Milagro, chamo, ¡ni siquiera!) y con menos idea de cómo regresar. Por arte de magia, esa vez pude llegar a casa, obviando URU por la crisis nerviosa que cargaba por manejar por aquellos sitios perdidos a las siete y pico de la noche – y, después de aquella vez, juré no volver a manejar nunca, diciendo que ya estaba harta de que mi cuerpo detrás del volante llegara a San Francisco. Eso fue en septiembre u octubre del 2009.
Como casi todas las decisiones que uno toma a los diecinueve años (o a los veintiuno), después de un tiempo me di cuenta de que era una bobada dejar de manejar por miedo, y decidí volver a agarrar el carro – de nuevo, ocasionalmente.
Hasta la semana pasada. Resulta que mi madre se fue a Europa por dos semanas y, pues, me ha tocado ser la responsable de mis propias idas y venidas a la universidad y otros sitios de interés a lo largo de la ciudad. Hoy se cumple mi primera semana en este plan, la mitad del camino, y estoy segura de que estoy más cerca a al Nirvana gracias a estos últimos siete días. Por no dejar, y en honor a mi iluminación futura (no sé si lo he dicho por aquí, pero el hecho es que mi iluminación espiritual está programada para agosto) enumeraré algunas curiosidades que he aprendido en esta primera semana de aventuras:
1. Mi mecanismo para defenderme de las personas que perturban mi paz detrás del volante es concluir que quien me ofende tiene el pene chiquito.
1.1 Los: camioneros, buseros, gandoleros (especialmente los que dejan la corneta pegada en una cola), motorizados, hombres que manejan pick-up’s (preferiblemente Silverados viejas), veinteañeros con carros caros (Mazda and the like), ganaderos con 4x4’s (aplica con el 90% de los hombres con 4x4’s, de hecho), conductores de carros tuneados, policías y guardias nacionales (cualquier hombre con una chapa que le dé algún tipo de autoridad, por limitada que sea), los tipos que te insultan porque ellos se te atravesaron a ti (ver punto 2), el hijoputa que te toca corneta antes de que el semáforo cambie a verde (ver punto 5), entre otros, lo tienen chiquito. Mínimo. Minúsculo. Las excepciones a esta regla son aquellos que no lo tienen técnicamente pequeño pero no lo saben usar. También, probablemente (aunque esta es una hipótesis no comprobada, contrario a lo primero que es una conocida ley universal), les pegan a sus mujeres (o a sus machos, qué sé yo).
1.2 Mientras más grande (mollejúo) es tu carro, tú, hombre de microscópico miembro genital, mayor tu disposición a manejarlo como si se tratara de un Ford Fiesta o un Smart.
2. El tipo que tiene pare tiene más derecho al paso que tú que estás manejando en la avenida principal. Nunca falla. También tiene derecho a tocarte corneta cuando pasas aunque sea él quien se está atravesando (¡!).
3. Las mujeres no saben manejar. No es un statement machista, es una verdad absoluta. Hay una falla cromosómica que impide el apropiado manejo vehicular. Supongo que es la manera en la que el universo equilibra que tengamos clítoris. Ojo, que no me excluyo de esto.
4. El canal de cruce es sagrado, siempre y cuando no seas tú quien está ocupando el equivocado. Es perfectamente aceptable que un degenerado de alguna de las razas mencionadas en el punto 1.1 se salte dos o tres canales para cruzar hacia el lado contrario a donde estaba originalmente. Sin embargo, si tú lo haces serás linchado y mardecido por tus coetáneos.
5. El conductor maracucho por definición está muy cerca de la iluminación, y por tanto tiene una conexión directa con el cosmos. Tan directa, que siente cuándo el semáforo está a punto de cambiar de rojo a verde, y te lo hace saber tocando corneta segundos antes de que este hecho tan terrenal como el cambio de luces ocurra. Hay que tomárselo con calma y no dejarse afectar: siempre habrá un apura’o, o una fila de apura’os, que harán esto. Perdónalos, señor, que no saben lo que hacen (porque lo tienen pequeñito).
6. Nunca, nunca se debe ir detrás del tipo que maneja en zigzag (que todos los días te encuentras al menos uno, sin importar la hora), detrás del camión y mucho menos, por amor a tu divinidad de preferencia, detrás del conductor de carrito por puesto. Jamás, chamo.
7. Dar paso al menos cinco veces al día ejercita el karma. No hay razón lógica para hacerlo, cierto, pero es lo más sano que se me ocurre en esta ciudad de animales. En Maracaibo nadie, nadie da paso. No pierdes nada con esperar cinco segundos más a que alguien que está cruzando pase antes de ti, tanto carros como peatones. Esto no aplica a los carros que se te tiran encima, claro, pero sí a los que ves que llevan ratico esperando y nadie los deja pasar. Así estés apurado, un momentico no te va a afectar en gran cosa el horario.
8. Si alguna vez me mudo a Europa no compraré carro, porque cada vez que llene el tanque voy a llorar sangre comparándolo con lo obscenamente barata que es la gasolina en este país.
9. ¿Cómo carajo hacía yo pa’ terminar siempre en San Francisco? Esa vaina es lejos, chamo. LE-JOS. ¿Tan difícil era conseguirse una redoma? ¿Un retorno? ¿Una callecita para voltear el carro? ¿Una vuelta en U? ¿Un santico que estuviera disponible? ¿Una moneda para una (sur)americana en desgracia?
10. En Maracaibo, a la libertad le echa uno mismo la gasolina.
11. Bella Vista es la Roma de Maracaibo. Todos los caminos te conducen a ella, o, más bien, ella llega a todas partes. In saecula seculorum. Amen.