Igual que el sentido de la
fascinación se nos enciende con las historias from rags to riches, si hay algo que despierta el morbo es ver la
caída de un personaje desde la gloria a la miseria. Pero, ¿qué sentimiento tenemos
que aupar en una historia que es ambas cosas y a la vez ninguna?
Depende: si se trata de The Wolf of Wall Street, carcajadas
histéricas.
La última colaboración de
Martin Scorsese y Leonardo Di Caprio (que se dice: la última prueba del genio
del arte de los dos) es la película más divertida que he visto en años, quizá
desde el Borat de Sacha Baron Cohen -
y, como nuestro kazako antisemita preferido, da risa por todas las razones equivocadas:
es un festín de drogas, estafas y zorras como podríamos imaginarnos de un fin
de semana en la casa de campo de Calígula.
Una de las primeras escenas
(también vale acotar que la primera
toma es un concurso en una oficina de "lanzar al enano a la diana") abre
con una toma de un set de nalgas, por
el que segundos luego corre la nariz de Di Caprio persiguiendo una línea de
cocaína que acaba de dibujarle encima - ¿qué puede esperarse de una película
cuya introducción es su protagonista literalmente metiéndose farlopa desde el
culo de una puta?
El gancho es instantáneo:
no sólo por las acciones del personaje, sino más bien su genuina falta de
interés por el más mínimo recato. The
Wolf of Wall Street es tan enteramente amoral que su cualidad más palpable
es lo circense: rara vez una película tan popular es tan políticamente incorrecta.
Wolf se
trata de cine de nuestro tiempo, sin lugar a dudas: desde su protagonista depravado
(como otro hito de esta era, Walter White) hasta su capitalismo histérico, es
un reflejo divertidísimo de la cultura del consumismo actual, como El gran Gatsby lo fue de los excesos de
la época flapper (ya el New York Times trató ese tema mucho mejor de lo que podría hacerlo yo).
Sólo que, contrario a la obra de Fitzgerald, carece de puntos de referencia ética:
como espectador, tienes la perspectiva completa de la vida de Jordan Belfort, y
en un mar de personajes excesivos no hay un sólo pilar desde el cual se oiga la
voz de la razón que diga "oye, pero lo que estás haciendo está mal, Jordan,
a los enanos también les duele".
Nadie de esta historia (ni
los equivalentes de la vida real en los que están basados sus personajes) la
pasa nunca demasiado mal: Belfort sigue dando vueltas (y gana millones como
orador motivacional porque EUA es la tierra de los libres y el hogar de los
valientes), aunque con deudas millonarias, libre y vivo gracias a algún milagro
médico después de tanta droga. En la película tiene conflictos maritales que
han de terminar por darle igual gracias a su estupor perenne, pierde objetos de
valor pero c'est la vie, se queda
solo pero podría nadar en un cuarto de sus millones malhabidos como si de Rico
McPato se tratara.
Es el espectador el
encargado de dejar su brújula moral frente a la pantalla (sin el disclaimer de "no intentar esto en
casa"), y decidir si es o no negocio vivir sin acordarse de por qué la
aeromoza te amaró en tu asiento de primera clase trasatlántico - incluso aunque
a este tipo no le haya salido tan mal la cosa.
Aunque los últimos quince
minutos de la película se sienten un poco forzados, de resto es constantemente
brillante, especialmente considerando que se trata de una película de tres
horas que incluye una escena de Jonah Hill masturbándose en una fiesta (y todo
hay que decirlo, Jonah ha crecido muchísimo como actor desde la época en la que
pasaba su infancia en Superbad
haciendo dibujos de pipís).
Se sabe: la combinación
Marty/Leo crea cosas mágicas, y en esta ocasión creó probablemente la mejor
actuación de Di Caprio, que es decir bastante - ¿y quién se hubiese imaginado
años atrás que Jack Dawson sería el protagonista delicioso e inmoral de una
comedia negra?