Él duerme a su lado, y ella lo ama. Escucha su respiración en la oscuridad e intenta adivinar su silueta. Adivinarla y no más que eso: los dioses le prohíben verlo con más que el tacto.
¿Por qué no puedo verlo?, piensa, y la envuelve la locura una vez más. Le carcome la duda, y el deseo de expansión. Tiembla entre las sábanas, y su pierna roza la de él, por descuido.
Regresa la descarga: es electricidad pura. Se estremece toda, como cada vez que lo toca. ¿Cómo alguien tan presente puede estar tan distante?
La oscuridad se hace más densa, tanto que la ahoga. Se estira con un movimiento suave y alcanza la lámpara. Suspira; ruega perdón a la Providencia, pero ya no puede más: se siente pender de un hilo, sola.
Entonces enciende la luz.
A su lado yace él, con la piel suave que ella conoció a ciegas: su color es pureza, su belleza insondable. Sus manos yacen en la almohada, mientras su espalda sube y baja con la respiración… de ésta salen alas hermosas, que descansan con él. Claro, no podía ser más que un ángel, un dios.
Psique sonríe y una lágrima cae por su mejilla. Porque, a pesar de la ira de los dioses, nunca podrían quitarle el momento divino en el que vio a su Eros.
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