El MI6 y las obsesiones de toda la vida

jueves, 4 de diciembre de 2014 - Publicado por BabeDeJour en 21:21
Lo confieso: en cuanto a cine me emocionan muchas cosas, por distintas razones. Cuando se trata de cuestiones que eventualmente van a llegar a una sala de cine, es más fácil aún que salte como una nena cuando leo alguna noticia de casting: apenas empezaba a escribir esto y me enteré de que la gente buena y maravillosa de Marvel confirmó el rumor de que mi lagartija preferida, Benedict Cumberbatch, va a interpretar el papel de Doctor Strange.
Cabe destacar que eso me emociona muchísimo y ni siquiera he leído el cómic. Me emociona porque conozco a Benedict Cumberbatch como actor y sé de lo que es capaz (porque soy Sherlockian pura desde mi infancia, y mucho más desde que empecé a ver la serie magistral de la BBC); y me emociona porque, excepto contadas y minoritarias excepciones, todo lo que he visto del Universo Cinemático de Marvel me ha parecido poco menos que sublime.
Cosas así me emocionan a escalas generales. Me emocionan por principio, podría decir; porque es un anuncio que, como fanática del trabajo de ese actor, me parece interesantísimo. Noticias así me provocan una emoción que es, hasta cierto punto, incluso lógica.
Y luego está James Bond. Siendo extremadamente soez aunque sin exagerar ni un poquito, los anuncios de qué va a pasar con la franquicia de James Bond hacen que de plano pierda el culo de la emoción.

Como Sherlock Holmes (la primera serie de libros que leí en mi vida, a la cual le debo incluso la forma en la que pienso), James Bond es una de mis pasiones de años atrás, aunque en caso del agente 007 es algo más reciente: lo adopté en la adolescencia.
Vi todas las películas de James Bond que habían salido antes de cumplir los 20; leí tantos libros de Ian Fleming como se me atravesaron; peleé en cuanto foro de Internet conseguí cuando Barbara Broccoli se atrevió a contratar a un actor rubio (¡rubio, entre todas las cosas!) como el agente 007.
Cuando salió Casino Royale perdoné a Barbara Broccoli, después de ver cómo Daniel Craig le daba un filo a Bond que hacía falta desde que Pierce Brosnan entró en personaje en GoldenEye en 1995 y reinició el género. Cuando salió Quantum of Solace, pensé que mi esperanza había estado mal dirigida: semejante mamotreto inentendible no podía ser lo que le hacía falta al Comandante Bond.
Luego, en el 2012 salió esa película maravillosa llamada Skyfall. Como escribí por acá en su momento, Skyfall no sólo marcó el retorno de Craig a aquello que se llegó a esperar de él tras Casino Royale, sino que además le dio un giro impresionante a la franquicia: un halo de “tanto nadar para llegar a la orilla” donde se combinó ese Bond clásico y sofisticado de Sean Connery con el mundo post Guerra Fría de la era 2.0.
Tras la fiesta épica que llegó a ser Skyfall (con su maravilloso villano hacker, su Q como un chico geek obsesionado con el high-tech, su Aston Martin clásico, su rodeo de 360 grados para terminar justo donde comenzó en 1962), la siguiente película no podía ser menos que impresionante… y, tras la primera promesa, los fanáticos del género empezamos a emocionarnos con lo que viene.
Hoy, jueves 4 de diciembre de 2014, la gente que ha estado produciendo las películas de James Bond desde que salió Dr. No en 1962 (bueno, más o menos: han tenido unas cuantas disputas legales y cambios de manos desde entonces) anunció el nombre de la siguiente película de la franquicia, cuándo se estrena y quiénes son los nuevos miembros del cast.
Y con nombrar a un par de actores, prendieron el primer fósforo de lo que promete ser un estallido de fuegos artificiales.
Al elenco ya establecido (Daniel Craig como James Bond, Ralph Fiennes como M, Ben Whishaw como Q, Naomie Harris como Moneypenny) se suman varios nombres: la despampanante italiana Monica Bellucci (una mujer que es la personificación del sexo, sin duda; aunque es extraño que contraten a alguien de su edad para el papel de chica Bond), Léa Seydoux, Dave Bautista, Andrew Scott (el deliciosísimo Jim Moriarty en mi muy amada Sherlock de BBC) y, como plato principal, Christoph Waltz, el más reciente actor fetiche de Quentin Tarantino, quien ha ganado dos Oscar trabajando con el director de Pulp Fiction.
Ahora, lo que vale acerca de la nueva película.
Empiezo por el principio: el título. La película que hasta hoy se conocía como Bond 24, ahora oficialmente se llama Spectre. Es un nombre conocido para el aficionado: SPECTRE, que tradicionalmente se ha traducido al español como SPECTRA (Ejecutivo Especial para Contraespionaje, Terrorismo, Venganza y Extorsión) es la organización más malévola a la que el MI6 de Ian Fleming se enfrentó en su historia, siendo los responsables directos e indirectos de incontables actos de terrorismo durante la Guerra Fría.
Considerando que desde Casino Royale la franquicia se reinició por completo, es evidente que SPECTRE pasa a ser parte de una organización moderna; y, si tenemos en cuenta la magistral construcción del personaje de Javier Bardem y sus motivos para la maldad en Skyfall, cabe perfectamente emocionarse con lo que viene.
Ahora, tradicionalmente, SPECTRE no es una organización anónima si no que más bien tiene una cabeza bien conocida, un hombre que es más o menos la personificación del mal: un tal Ernst Stavro Blofeld. Un hombre con quien James Bond llegó a tener problemas más allá de lo profesional en el servicio de Su Majestad: Blofeld fue el responsable del asesinato de la esposa de Bond, Tracy.
Sí, señores: James Bond estuvo casado en On Her Majesty’s Secret Service, con una preciosura de mujer que hoy en día se encarga de repartir comentarios sardónicos en Westeros.
Ahora, de vuelta al punto: los que no son obsesivos con James Bond reconocerán a Blofeld el tipo calvo de la cicatriz en plena cara en el que está basado Dr. Evil en la trilogía del Austin Powers de Mike Myers.
Aunque oficialmente el personaje de Christoph Waltz se llame Oberhauser, los aficionados de la serie (y el periódico inglés The Telegraph) no podemos ocultar la esperanza de que, de hecho, sea Blofeld, la mente malévola detrás de SPECTRE.
No sería raro: ya la franquicia se ha escondido detrás de nombres falsos para introducir a un personaje conocido. En Skyfall, no se supo que la agente con quien Bond comparte la primera escena era la icónica secretaria Moneypenny hasta la última escena.
En fin: en esta época de oro del cine de cómics, igual es hermoso ver que hay tradiciones que permanecen. Aunque pueda emocionarme al enterarme de que Benedict Cumberbatch será parte de otra mitología geek más, no puedo evitarlo: mi corazón se toma batido, no revuelto.

Elogio a los grandes locos

lunes, 4 de agosto de 2014 - Publicado por BabeDeJour en 13:35
“Algunas personas nunca enloquecen. Qué vidas tan terribles deben tener” , Charles Bukowski.

No llevo conmigo la fascinación con la locura que acompaña a casi todos los enamorados del arte (en cualquiera de sus formas). Al haber conocido mi buena dosis de locos, no aprecio particularmente los extremos que los acompañan siempre. Sin embargo nunca puedo dejar de maravillarme en la presencia de esos actos impensables para quien tenga todos los tornillos bien puestos, sublimes en su absurdo. Y es que, venga, los locos nos han llevado a donde estamos hoy; sin duda, casi todos los grandes científicos y artistas han sido tocados por un gramo de demencia. Ser “normal” a menudo también significa seguir el estándar, dejar de lado la curiosidad, no imaginar nada más allá y menos aún emprender aventuras tras algo nuevo.
La locura también es valentía.
Hace casi dos años, un austríaco llamado Felix Baumgartner decidió tirarse desde la estratósfera hasta la tierra, abriendo un paracaídas a medio camino hasta el suelo. A nadie normal se le ocurre un acto de tal magnitud: un salto de fe en toda ley, el extremo de la tercera prueba por la que pasó Indiana Jones para llegar al Santo Grial. Estamos hablando de un hombre con tal impregnación de locura que entre los oficios que cuenta su página de Wikipedia en inglés está “daredevil”, que traduce a algo así como “temerario”.
Lo que Baumgartner hizo el catorce de octubre del 2012 fue sublime: el mundo quedó congelado mientras veía a este demente, a este daredevil, tirarse en caída libre desde los límites del espacio hasta aterrizar en suelo terrestre, sano y salvo, cuatro minutos y diecinueve segundos después. En su momento, mi mejor mitad escribió algo al respecto mucho más interesante de lo que podría decir yo, pero creo que los dos pensamos lo mismo: qué maravilla la audacia de este loco sin rumbo.
Baumgartner fue lo primero que me pasó por la mente cuando, el pasado fin de semana, me encontré con ese documental maravilloso de James Marsh, Man on Wire. Llegué a él por casualidad: vi en el historial de Zen Pencils un cómic precioso de una cita del funámbulo Philippe Petit (pueden encontrarlo aquí) y vi que había un documental acerca de este loco que había caminado en cuerda floja entre las torres gemelas del World Trade Center de Nueva York. Aparte, cabe destacar, ésta es una película con rating perfecto de 100% en Rotten Tomatoes, la base de datos de crítica de cine.


Man on Wire es, en resumen, la historia de un demente. Nadie en su sano juicio se entera de la construcción de las torres más altas del mundo y sueña con caminar en cuerda floja de una a la otra. Nadie remotamente cuerdo forma un plan de acción, como si se tratara de un robo de banco, para irrumpir en un complejo de oficinas con el fin de poner cables entre dos edificios.
Pero tampoco se hacen documentales maravillosos acerca de nadie cuerdo.
Sin querer queriendo, Man on Wire cuenta la historia de una época más inocente… con el agravante de hacerlo a través del punto álgido de la pérdida de la inocencia mundial. Las torres gemelas del World Trade Center se han convertido, desde el 2001, en la representación de la irrupción: la violación de la soberanía del país más seguro del mundo fue el chispazo que nos alertó al resto de que realmente no hay lugares seguros. Desde ese momento sabemos a ciencia cierta que el terrorismo existe, que está a la vuelta de la esquina, que la misma Manhattan puede ser víctima de los peores horrores.
¿Cómo se contrasta eso con la inocencia de un hombre que sólo buscaba caminar, saltar y acostarse entre las nubes?
No se logra nada palpable con saltar desde la estratosfera o balancearse entre los dos edificios más altos del mundo… pero se logra todo. Con que un hombre se atreva a hacer lo impensable, se ha atrevido la humanidad.
A través de estos grandes locos recordamos que, de hecho, ningún hombre es una isla pero es parte del continente. Nos recuerdan que somos, todos, lo que contiene ese pálido punto azul en la Vía Láctea.
Así que envío un saludo a todos los grandes locos: a Petit, a Baumgartner, a Verne, a Tesla; a los cientos o miles que, por su locura, han llegado o han buscado llegar hasta donde los demás no nos atrevemos a soñar.
Gracias por convertirnos a todos en quienes pasan por la cuerda floja entre las Torres Gemelas.

Liberarse del Libertador

sábado, 2 de agosto de 2014 - Publicado por BabeDeJour en 17:00
Es una experiencia curiosa, ver una película acerca del padre de la patria (mito fundador, por usar un término antropológico) justo antes de emigrar de ella. En este caso particular no debo ser la primera y dudo que vaya a ser la última, pero al entrar al cine a ver Libertador olvidé por completo que tenía un boleto que pronto me sacaría del país hasta nuevo aviso. Me tomó un par de escenas recordarlo, con una frase que Simón Rodríguez le dice a Bolívar que no era exactamente “dejas a tu país cuando más te necesita”, pero se le parecía bastante.
Detallitos que pegan, qué se le va a hacer. Claro que los Pepe Grillos del país de hoy son menos desafiantes en pedirle a los jóvenes que permanezcan – el sabor general es de que hay más que perder que ganar, quizá. Así se siente de mi lado de la cerca etaria, al menos; no puedo pretender saber qué sienten las generaciones anteriores a la mía, que conocieron un país distinto.
Pero, venga, que yo acá vengo a hablar (sobre todo) de cine.

Este año, en el natalicio del responsable de la independencia de cinco países suramericanos, se estrenó Libertador en Venezuela, película dirigida por Alberto Arvelo. Es nuestra epopeya nacionalista por excelencia: todo venezolano que incursiona en el arte parece destinado a llenar la cuota, en algún momento, de dedicarle una obra a Simón Bolívar.
La diferencia aquí radica en un intérprete poderosísimo y toda una producción creada para alcanzarlo. El protagonista de la película es nuestra estrella nacional, Édgar Ramírez: el hombre que nos ha llenado de gloria a través de su trabajo en superproducciones norteamericanas, el César, las nominaciones al Golden Globe y al Emmy. El resto del reparto es un combinado de distintos países latinoamericanos, españoles, un actor que se ha ganado el terror y angustia del mundo a través de Game of Thrones (para el que no sepa, según esta película Ramsay Bolton fue parte del proceso independentista suramericano; saquen sus propias conclusiones) y el miembro menos interesante de los Huston, una de las grandes familias de la realeza hollywoodense.
La historia trata de la vida de Simón Bolívar: sus proezas militares y políticas, sus ideales de unión panamericana, su historia de hombre rico que murió pobre tras todo por la patria. Se trata de una interpretación mitificada de lo que tuvo que ser un hombre fascinante, pero es la misma versión que se ha machacado durante dos siglos en las aulas de Historia, y más aún en los últimos quince años.
En cuanto a trama, Libertador no destaca de las otras tantas adaptaciones que se han hecho de la vida de Simón Bolívar: no otorga ninguna perspectiva realmente nueva o llamativa, aparte del hincapié en su esposa como motor último de acción, la figura de Simón Rodríguez como la voz de la conciencia independentista y la teoría de conspiración que sirve para sazonar el final y satisfacer a buena parte de los inversores de la producción. Libertador no se trata, como había dado a entender su campaña de publicidad, de una película que cambie la perspectiva de quién fue Simón Bolívar; por el contrario, sirve para perpetuar toda la mitología que se ha creado a su alrededor.
Ya, ya, me regreso a la película. No es que esté mal ni mucho menos, pero parece más un film para el entendido, para el que pasó horas de su infancia escuchando cuentos acerca de Bolívar. Me explico: Libertador no es un film con un arco de historia suficientemente poderoso como para ser considerada un producto de exportación. Las cosas quedan en el aire, sin un hilo que las conecte; los últimos veinte minutos se sienten como si la película se hubiera extendido demasiado y fuese necesario cortarle pedazos al final. ¿Cómo, si no, se explica el salto cuántico desde la batalla de Boyacá hasta los últimos intentos de mantener unida a la Gran Colombia?
El vestuario y sobre todo la fotografía de Libertador es probablemente lo mejor que tiene, y venga, que hay con qué: si algo tenemos en este continente son escenarios hermosos. El problema es que las escenas en puertos o en Los Andes proveen puntos mucho más interesantes que la misma historia, la cual gira en torno a las luchas que sólo hizo Bolívar y acaso Sucre, liberando ellos solitos a un continente: por ejemplo, cuando salen Santander, Miranda o Páez aparecen sólo para antagonizarlo, como si ellos mismos no hubiesen sido figuras clave en todo este asunto independentista.
La película entera recae en Édgar Ramírez, que sabemos que tiene con qué… pero quizá no haya sido la elección más apropiada para el papel. Por supuesto que lo hace bien, como se espera de un intérprete de su talla, pero se siente muy grande para interpretar a un hombre que, según todos los testimonios de la época, era físicamente pequeño y débil – aunque se tratara de una fuerza de la naturaleza a la hora de hablar y declamar en público. En todo caso, Ramírez no brilló como se esperaría de él.
De tener chance, vean Libertador. A mí me pareció poco interesante, pero he oído de mucha gente que la disfrutó un mundo. Pero, en todo caso, creo firmemente que, al un tema o personaje adaptado y readaptado hasta el cansancio, el guionista tiene la responsabilidad (o al menos debe tener la meta) de buscar la forma de hacerlo refrescante. Es cierto que no hay nada nuevo bajo el sol, pero la base de la creatividad es encontrarle la vuelta a lo existente y hacer algo distinto desde ahí.

Además de que, fíjate: bastante falta que le hace a Venezuela la creación de una personalidad alterna, humanizada y con fallas, de la figura de Simón Bolívar.

La maldad de los hombres buenos

jueves, 24 de julio de 2014 - Publicado por BabeDeJour en 16:28
Siguiendo la onda de la maldad que empecé en el post anterior (pensemos en aquello como una especie de foreplay), por acá mantengo la idea de la fascinación por las figuras malvadas. Aunque dicha fascinación no sea nueva en el mundo – venga, que nunca se le habrá acusado al Marqués de Sade de santo, aunque sí de moralista – sí me parece interesante ver cómo han proliferado los villanos desde el siglo veinte.
Hay un sinfín de arquetipos de maldad que podemos sacar de los medios del siglo pasado, en particular del cine. Está la femme fatale a la que no le interesa pasar por encima de quien sea (digamos, Louise Brooks en Die Büchse der Pandora) o el hombre codicioso y sin escrúpulos (Michael Douglas en Wall Street), el hedonista más absoluto sin la más mínima filiación con el otro (Malcolm McDowell en A Clockwork Orange). Esos son apenas tres ejemplos de algo que podría pasarme cuartillas exponiendo; en fin, desde que el cine existe se han representado muchísimos arquetipos de distintos tipos de maldad.
A mi parecer, sin embargo, hay un villano del cine que sobresale ante todos los otros: Michael Corleone de The Godfather. Mi interés en él no es tanto por las acciones que comete (que de por sí son terribles) sino más bien por cómo llega a la posición de hacerlas: el hijo menor de Vito Corleone nunca debió haber caído en el negocio de la familia. Michael era un hombre correcto, criado acorde a los principios americanos del trabajo duro y todo el cuento weberiano; un hombre asqueado por la forma en la que se manejaban los asuntos en su casa y por esa cultura italoamericana de resolver las cosas operáticamente a través de asesinatos y códigos.

Mike Corleone era, en realidad, un buen muchacho. Fue criado por Don Vito y Carmela Corleone para ser abogado, o Senador, o hasta Presidente. Contra los deseos de toda su familia que incluso había pagado para mantenerlo fuera de la conscripción, se fue a la Segunda Guerra Mundial para pelear por el país que lo vio crecer y del que se sentía orgulloso. Estando de permiso, de pronto llega una noticia terrible: hubo un atentado contra su padre, El Padrino de la Mafia neoyorquina. Obligado por las circunstancias, entró en el mundo del crimen para no salir más nunca y convertirse en el camino en uno de los seres más despiadados de la historia del cine.
Michael Corleone entra al lado equivocado de la ley a través de una primera acción que tiene lógica al perseguir el fin último de salvar a su familia y darles seguridad. Sin embargo, irónicamente, el subsiguiente desajuste de su brújula moral es justamente lo que aleja a su familia de una forma u otra, dejándolo solo.
¿No suena esa historia a algo más reciente? Cambiemos al ex-Marine por un profesor de secundaria, al atentado contra Don Vito por cáncer y a la Mafia por la fabricación de metanfetaminas. ¿Acaso el arco de Michael Corleone no es exactamente el mismo que aquel que veríamos décadas después en Walter White?
Ya he hablado antes de mi admiración por la nueva tendencia rompe-barreras de la televisión norteamericana, y casualmente hace poco leía un artículo que decía que la televisión nueva se tomaba como reto ser más cine de lo que el cine había sido jamás, con todo el peso social que eso conllevaba (no recuerdo en qué artículo fue, pero probablemente habrá sido escrito por Emily Nussbaum, la crítica de televisión del New Yorker, siempre genial). Pero hay algo acerca de Breaking Bad, particularmente con su protagonista, Walter White: contrario a otros anti-héroes de la televisión actual como Frank Underwood, el leit motif de Walter siempre fue lograr el bien y la estabilidad de su familia... al tiempo que ésta iba deshaciéndose con cada bandeja de cristales azules que cocinaba.
Se dice que a la hora de enamorar a Bryan Cranston de Breaking Bad, el creador Vince Gilligan le dijo que su idea era que Walter White empezara como Mr. Chips y terminara como Scarface. Sin duda Walt le debe mucho a Al Pacino, pero al final la cosa quizá era un poco menos en Miami y bastante más en New York City.


Michael Corleone y Walter White son dos personajes que siguieron básicamente el mismo arco de caracterización, con resultados idénticos – más inmediatos los de Walt, sin duda, pero también es que su actuar fue considerablemente más terrible, sangriento y mucho más rápido: en tiempo de la serie, no pasan dos años entre el diagnóstico de cáncer y la última escena de Breaking Bad. A Mike, por otro lado, le tomó más de una década convertirse en un monstruo, tomando como punto de quiebre de humanidad el momento en el que manda a matar a Fredo – que, por cierto, como personaje, ¿es acaso Fredo Corleone muy distinto a Jesse Pinkman? Ambos son hijos mayores que son desplazados y se convierten en una carga para padres que lo consideran tonto. Igualmente, ambos tienen fuertes tendencias hedonistas, poca o nula capacidad de planificación a futuro y un componente importante de deslealtad, incluso cuando en el fondo son inocentes y sensibles.
Michael y Walter logran ser, al mismo tiempo, hombres increíblemente exitosos y absolutamente patéticos. Buscan la estabilidad de la forma más inestable, construyen imperios sobre los cadáveres de sus enemigos, crean temor a través de las estrategias más turbias… pero alejan o indirectamente aniquilan a sus familias, los cuales fueron siempre la esperanza tras todas sus acciones.
En conclusión, Michael Corleone y Walter White son dos de los grandes villanos de sus respectivos medios, sí, pero también son la personificación de una espantosa historia de terror: la completa falta de agradecimiento y la soledad tras hacer lo imposible, lo inhumano, por aquellos a quienes amas.

Así que ya saben, mis niños buenos: piénsenselo dos veces antes de crear imperios del mal y matar gente por todas partes, porque quizá sus parejas y sus hijos no los van a querer después. Pao, pao.

La consistencia de los villanos

martes, 22 de julio de 2014 - Publicado por BabeDeJour en 20:42
No me gustan los buenos de la película. Me aburren terriblemente los personajes heroicos, sin defectos, que ven lo bueno de todo el mundo. Los pocos héroes que me atraen lo hacen porque son un guiño constante a cosas que se le escaparían al paladín habitual; el ejemplo perfecto de mi tipo de heroísmo vendría siendo Rick Blaine en Casablanca, de donde he modelado buena parte de mi sentido del humor y sentido del bien y el mal (por usar un término en el que nos podamos encontrar todos a medio camino, aunque sea cursi hasta la médula).
Soy fanática de las películas de princesas de Disney que vi mil veces en la infancia, pero es muy raro que una de las recientes me guste (con la excepción de Tangled), supongo que he superado la etapa cuando no incluye la emotividad de los clásicos de la infancia. Eso en cuanto las princesas… pero las villanas sexy de Disney siempre me han encantado. La Reina Malvada de Blanca Nieves fue uno de los terrores de mi infancia, sin duda, pero ya de grande me he notado cada vez más proclive a rodearme de detalles que tengan que ver con ella.
Sí, me gusta el merchandising de Disney. Déjenme.
Ahora, de un tiempo para acá se ha visto una nueva ola de recrear cuentos de hadas y adaptarlos a otras posibilidades. Desde Wicked en Broadway hasta Shrek en el cine, pasando por The Brothers Grimm, Once Upon a Time y otros tantos ejemplos, era cuestión de tiempo que llegáramos a los refritos directos de las adaptaciones clásicas de Disney. Hace no muchos años pasaron en cines dos readaptaciones de Blanca Nieves que ni siquiera me molesté en ver (la premisa de Snow White and the Huntsman me parecía ridícula: ¿qué clase de espejo idiota diría que Kristen Stewart es más hermosa que Charlize Theron?), y este año le tocó el turno a la villana más aterrorizadora del catálogo Disney: Maléfica.


Aunque La Bella Durmiente nunca fue mi película preferida de Disney, Maléfica siempre me pareció por mucho lo mejor de la historia. Era una mujer con pinta de modelo y hecha de maldad pura, sin motivación aparente para sus acciones aparte de no haber sido invitada a una fiesta, dueña de una magia tan poderosa que pudo llevar a una adolescente a caminar con paso ligero directamente hacia la perdición segura. Cuando vi el tráiler de la nueva versión, en el que se haría una historia desde el punto de vista de Maléfica, lo admito: me emocioné como una niña de siete años… y quizá, de haber tenido esa edad, hasta la hubiera disfrutado.
Maleficent no es en una mala película. Todo lo que está relacionado con el arte es maravilloso, como sacado de las últimas fantasías creativas de Tim Burton; los efectos especiales son hermosos; la adaptación de ¨Once Upon a Dream¨ con la voz de Lana Del Rey es tanto hermosa como inquietante… y la actuación de Angelina Jolie es la perfecta personificación de la villana animada. El problema yace en que ahí termina el deseo de construir con base al personaje: la Maléfica del 2014 tiene poco o nada que ver con la de 1959. Entré a la sala de cine buscándole profundidad a la mujer cuya ira fue tan grande que fue capaz de destrozar un reino… y me encontré con una víctima incomprendida.
No. Me. Jodas.
Aunque Maleficent, como película, sea un esfuerzo importante por lograr una heroína Disney atípica al arquetipo de la princesa indefensa, no es la Maléfica que conoce quien creció viendo Sleeping Beauty. Es una mujer con poder que fue injuriada (con un paralelo muy evidente a la violación como medio de represión de parte de un hombre codicioso de poder), que decide vengarse y, al notar la irracionalidad de su reacción inicial, termina redimiéndose. Sin duda es una historia loable por tratar una perspectiva distinta a la perenne búsqueda de Disney de mantenerse en un universo en el que no pasa nada malo... pero no es la historia de Maléfica. ¿Por qué irrespetar a tu figura villanesca más icónica, Disney?
Lo que le faltó a Maleficent fue, básicamente, cojones. No es fácil ponerse en los zapatos del villano y hacerlo lo suficientemente interesante como para dejar prendado a tu público, y mucho menos cuando tu target son niños entre siete y doce. Tampoco espero que el guionista ponga a Maléfica vendiendo metanfetaminas o desollando gente, pero también hay que tomar en cuenta que la nueva película cambia completamente la perspectiva de la historia. Mientras en 1959 Maléfica era la mujer con el sentido de la cortesía más extremista del mundo, en el 2014 es una mujer que al recuperarse de una agresión toma venganza en la familia de su violador. El rey Stephan, quien fue el ofendido en 1959 hoy pasó a ser el victimario y de la forma más salvaje. Así, ¿cómo se supone que queda la figura de la nueva heroína? ¿Nos toca poner a Maléfica en el panteón de las princesas, para retribuirle cincuenta y cinco años de tratarla mal y ¨no entender su situación¨?
¿No era más fácil crear un personaje nuevo con esa historia en vez de ponerle un punto rojo a un personaje ya establecido, por demás base de la mitología Disney como un todo? Ay, Disney. Por eso es que los niños grandes ya no quieren jugar con vos.